Entre crujido y crujido, mi osteĂłpata me dijo:
— Hace tiempo que no veo a Gonzalo
— Lamentablemente, hace tiempo que yo tampoco lo veo
Luego me comentĂł que notaba problemas en mi hĂgado, que debĂa dejar los malos hĂĄbitos (oh, gracias Florencia, no se me habĂa ocurrido) y que, como consejo personal, debĂa dejar el rencor y la ira. Me di la vuelta en la camilla ojiplĂĄtica.
— ¿De quĂ© ira hablas?
— Ya sabes de lo que hablo. DĂ©jalo ir...
Me vestĂ pensativa, paguĂ©, pedĂ cita para el siguiente mes y salĂ a la calle. No habĂa hecho ni cincuenta metros cuando recibĂ el Whatsapp de Gonzalo. Ni que me leyera la mente. Le mandĂ© la ubicaciĂłn, Ă©l me habĂa recomendado la osteĂłpata un año atrĂĄs. Es el Ășnico vĂnculo que aĂșn mantengo con Ă©l, ademĂĄs de la garantĂa de mi ordenador que estĂĄ a su nombre y rezo para que no se estropee nunca. No sĂ© si llamarlo coincidencia o destino tocĂĄndome los cojones, pero ahora entiendo que debĂa pasar asĂ.
Los mensajes eran lentos y me llamĂł. OlvidĂ© desbloquearlo de mis llamadas, a pesar de haberlo hecho en el Whatsapp sĂłlo por comprobar de vez en cuando si actualizaba su foto de perfil. Sigue utilizando la foto de cuando era pequeño, la odio por ser tan tierna. El caso es que me saliĂł un aviso en el mĂłvil con el tĂtulo "filtro de acsoso" y nueve llamadas perdidas. Lo llamĂ© yo y hablamos por primera vez en meses.
Me dijo que estaba fuera, en un viaje de esos de pensar, y que se acordaba de mĂ. Su forma extraña de echarme de menos, con palabras que soy incapaz de reproducir porque de alguna manera hasta me dan vergĂŒenza, me hacĂa sentir especial. De hecho, lo sĂ©, soy especial para Ă©l. Solo que no lo suficiente, porque al parecer ahora habĂa alguien un poco mĂĄs especial que yo con quiĂ©n sĂ se atrevĂa a aparcar sus miedos a volver a tener una relaciĂłn.
Me enfadĂ© y le dije, casi a los gritos, que le estaba haciendo a ella lo que me habĂa hecho a mĂ. Que no iba a ser yo la que se interpusiera en su "feliz" relaciĂłn y que esta conversaciĂłn conmigo estaba fuera de lugar. Su discurso de "te llamo para pedirte perdĂłn porque no quiero hacer daño a mĂĄs gente" carecĂa de coherencia. Realmente, le deseo que sea feliz. SĂ© perfectamente por lo que estĂĄ pasando. Gonzalo y yo somos iguales, quizĂĄs por eso nunca estaremos juntos.
Antes de colgar, ya mĂĄs tranquila y con lĂĄgrimas en los ojos, le dije:
— El 30 de junio me marcho a Malasia.
— ¿A vivir?
— AĂșn no. Vente conmigo.
— QuizĂĄs.
El 30 de junio volvĂ de trabajar a las 16hs. MetĂ mi neceser en la mochila que habĂa dejado preparada la noche anterior, cambiĂ© las sĂĄbanas, guardĂ© parte de mi ropa debajo de la cama para dejar espacio a mis inquilinos, vaciĂ© la nevera y bajĂ© corriendo a tirar la basura y coger un taxi al aeropuerto. EntreguĂ© mis llaves a los alemanes que me esperaban en la T2 y cogĂ el shuttle a mi terminal. PasĂ© los controles y una vez dentro localicĂ© las tres puertas de embarque. La primera a Doha, la segunda a Amsterdam y la tercera a Dubai, la mĂa. Eran las tres escalas posibles a Kuala Lumpur el 30 de junio, pero Gonzalo no estaba allĂ.
Hoy escribo desde la isla Tioman, sentada en mi pareo y con los pies en el mar. No hay gente alrededor, a esta isla apenas llega turismo. La playa es mĂa, la puesta de sol es mĂa, el agua, la arena, incluso los mosquitos son todos para mĂ. Es mi momento. Por fin vuelvo a meditar, hacĂa tiempo que no lo hacĂa. Vuelvo a conectar conmigo misma. Y cuando levanto la vista de mi libreta y miro el mar por enĂ©sima vez, lo que veo es paz.
A mi vuelta debo decirle a Florencia que no lo he dejado ir. Que probablemente no lo olvide nunca. Pero que lo he dejado en Malasia, para que encuentre la paz él también.
— Hace tiempo que no veo a Gonzalo
— Lamentablemente, hace tiempo que yo tampoco lo veo
Luego me comentĂł que notaba problemas en mi hĂgado, que debĂa dejar los malos hĂĄbitos (oh, gracias Florencia, no se me habĂa ocurrido) y que, como consejo personal, debĂa dejar el rencor y la ira. Me di la vuelta en la camilla ojiplĂĄtica.
— ¿De quĂ© ira hablas?
— Ya sabes de lo que hablo. DĂ©jalo ir...
Me vestĂ pensativa, paguĂ©, pedĂ cita para el siguiente mes y salĂ a la calle. No habĂa hecho ni cincuenta metros cuando recibĂ el Whatsapp de Gonzalo. Ni que me leyera la mente. Le mandĂ© la ubicaciĂłn, Ă©l me habĂa recomendado la osteĂłpata un año atrĂĄs. Es el Ășnico vĂnculo que aĂșn mantengo con Ă©l, ademĂĄs de la garantĂa de mi ordenador que estĂĄ a su nombre y rezo para que no se estropee nunca. No sĂ© si llamarlo coincidencia o destino tocĂĄndome los cojones, pero ahora entiendo que debĂa pasar asĂ.
Los mensajes eran lentos y me llamĂł. OlvidĂ© desbloquearlo de mis llamadas, a pesar de haberlo hecho en el Whatsapp sĂłlo por comprobar de vez en cuando si actualizaba su foto de perfil. Sigue utilizando la foto de cuando era pequeño, la odio por ser tan tierna. El caso es que me saliĂł un aviso en el mĂłvil con el tĂtulo "filtro de acsoso" y nueve llamadas perdidas. Lo llamĂ© yo y hablamos por primera vez en meses.
Me dijo que estaba fuera, en un viaje de esos de pensar, y que se acordaba de mĂ. Su forma extraña de echarme de menos, con palabras que soy incapaz de reproducir porque de alguna manera hasta me dan vergĂŒenza, me hacĂa sentir especial. De hecho, lo sĂ©, soy especial para Ă©l. Solo que no lo suficiente, porque al parecer ahora habĂa alguien un poco mĂĄs especial que yo con quiĂ©n sĂ se atrevĂa a aparcar sus miedos a volver a tener una relaciĂłn.
Me enfadĂ© y le dije, casi a los gritos, que le estaba haciendo a ella lo que me habĂa hecho a mĂ. Que no iba a ser yo la que se interpusiera en su "feliz" relaciĂłn y que esta conversaciĂłn conmigo estaba fuera de lugar. Su discurso de "te llamo para pedirte perdĂłn porque no quiero hacer daño a mĂĄs gente" carecĂa de coherencia. Realmente, le deseo que sea feliz. SĂ© perfectamente por lo que estĂĄ pasando. Gonzalo y yo somos iguales, quizĂĄs por eso nunca estaremos juntos.
Antes de colgar, ya mĂĄs tranquila y con lĂĄgrimas en los ojos, le dije:
— El 30 de junio me marcho a Malasia.
— ¿A vivir?
— AĂșn no. Vente conmigo.
— QuizĂĄs.
El 30 de junio volvĂ de trabajar a las 16hs. MetĂ mi neceser en la mochila que habĂa dejado preparada la noche anterior, cambiĂ© las sĂĄbanas, guardĂ© parte de mi ropa debajo de la cama para dejar espacio a mis inquilinos, vaciĂ© la nevera y bajĂ© corriendo a tirar la basura y coger un taxi al aeropuerto. EntreguĂ© mis llaves a los alemanes que me esperaban en la T2 y cogĂ el shuttle a mi terminal. PasĂ© los controles y una vez dentro localicĂ© las tres puertas de embarque. La primera a Doha, la segunda a Amsterdam y la tercera a Dubai, la mĂa. Eran las tres escalas posibles a Kuala Lumpur el 30 de junio, pero Gonzalo no estaba allĂ.
Hoy escribo desde la isla Tioman, sentada en mi pareo y con los pies en el mar. No hay gente alrededor, a esta isla apenas llega turismo. La playa es mĂa, la puesta de sol es mĂa, el agua, la arena, incluso los mosquitos son todos para mĂ. Es mi momento. Por fin vuelvo a meditar, hacĂa tiempo que no lo hacĂa. Vuelvo a conectar conmigo misma. Y cuando levanto la vista de mi libreta y miro el mar por enĂ©sima vez, lo que veo es paz.
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Sofi, julio 2017. Pulau Tioman, Malasia |
A mi vuelta debo decirle a Florencia que no lo he dejado ir. Que probablemente no lo olvide nunca. Pero que lo he dejado en Malasia, para que encuentre la paz él también.