¡¡Hola desde Buenos Aires!! Tras mucho escribir estos dĂas, he mandado todo a la papelera. Mucho melodrama, mucha teorizaciĂłn sobre las relaciones, sobre los miedos y los chicos boomerang que reaparecen tras el verano. AsĂ que os voy a contar una mini historia mĂĄs feliz que me pasĂł al empezar este viaje.
Tuve una semana excesivamente estresante. MuchĂsimo trabajo, mucho caos en mi casa, me faltaba tiempo para todo, una relaciĂłn poco clara y mucha mala leche. El viernes me fui con todas las prisas al aeropuerto, arrastrando dos maletas, con estrĂ©s porque llevaba exceso de equipaje, estrĂ©s porque mi pulsera pita en el control, estrĂ©s porque se me iba el aviĂłn y no habĂa comido. Parada en Frankfurt, mĂĄs estrĂ©s al aterrizar porque el siguiente aviĂłn salĂa en 40 minutos, correr como locos tras un equipo de gente que nos abrĂa puertas secretas del aeropuerto y subir los Ășltimos al aviĂłn con destino Buenos Aires. Y mĂĄs mala leche al ir a poner mi maleta de mano en el compartimento superior y ver que no habĂa sitio. Un señor se ofreciĂł a ayudarme, resoplĂ© un gracias, me puse los cascos y me tapĂ© hasta la cara con la manta, necesitaba gritar en silencio.
Vi media pelĂcula en español latino. Nos ofrecieron unos snacks y me pedĂ un vino. El señor de al lado me echĂł una mirada acusadora. Me lo bebĂ en cinco minutos. Trajeron la cena y pedĂ otro vino. El señor me volviĂł a mirar.
—Pedite uno, asĂ brindamos por este vuelo de mierda y dormĂs el resto del viaje —le dije.
—Pedite uno, asĂ brindamos por este vuelo de mierda y dormĂs el resto del viaje —le dije.
SoltĂł una carcajada. Y se pidiĂł un vino.
—Te noto un poquito de mal humor, no quiero molestarte, pero si querĂ©s charlar, aĂșn nos quedan unas 9 horas sentados juntos —dijo Ă©l, dĂĄndole un buen trago a nuestro glamouroso vino en vasito de plĂĄstico.
—Con el prĂłximo vino hablamos, ¿ok?
Se volviĂł a reĂr. TenĂa una risa contagiosa. Me hizo reĂr a mi tambiĂ©n. Y una sonrisa bonita. Cara de buena persona. DebĂa tener unos cuarenta y pico. Mi mal humor me hacĂa verlo como un señor. Pero despuĂ©s de la risa lo vi como un chico de cuarenta y pico, con una risa agradable y que no huĂa ante mi mala leche.
—Chin chin
—Chin chin
—¿Vas o volvĂ©s?
—Voy, vivo en Barcelona. ¿Y vos?
—Yo vuelvo, fui por trabajo a Estrasburgo.
Era arquitecto. En otra vida me encantarĂa ser arquitecta. Le hablĂ© de unas obras en las que estuve trabajando hace unos años. Y de mi trabajo actual, que es bastante aburrido, pero a Ă©l le pareciĂł fascinante. Me recomendĂł una pelĂcula (la del Rey Arturo, muy molona, con elefantes gigantes y Charlie Hunnam que estĂĄ como un queso).
—¿TenĂ©s novio?
—Sos el primero en preguntarme eso y aĂșn ni siquiera aterricĂ©. ¿SabĂ©s cuĂĄntas veces me lo van a preguntar en los prĂłximos quince dĂas? Parece que en Argentina no soy una mujer de provecho si no tengo novio, da igual que tenga Ă©xito o que hace doce años que no viva allĂ, todos me dirĂĄn "hola che, tanto tiempo, ¿ya tenĂ©s novio?"
Se volviĂł a reĂr, aunque yo se lo decĂa en serio.
—Te lo pregunto asĂ me das pie a contarte que yo me divorciĂ© hace un mes. Tengo dos hijos y una ex mujer, ahora no sĂ© que hacer con mi vida.
—Bienvenido, yo tambiĂ©n soy de las que tiene que marcar la casilla de divorciada en todos los formularios. Pero te dirĂ© una cosa: ser divorciado mola.
—¿Mola?
—Es una expresiĂłn española. Ahora se te vienen cambios, pero disfrutarĂĄs de la nueva etapa.
Aquà me veis, como paso en un pis pås de chiquilla malhumorada a sabihonda que da consejos de vida a señores desconocidos.
Vi la pelĂcula que me recomendĂł. Luego Ă©l se pidiĂł un whisky y yo un Baileys. Volvimos a brindar. Hablamos de Juego de Tronos, que yo no veo. Hablamos de PanamĂĄ, donde habĂamos estado los dos. Luego le pedĂ que me dejara salir para ir al baño. Ăl vino detrĂĄs.
—¿Vienes mucho por aqui?
—Jajaja, siempre que puedo me hago una escapadita.
—Disculpame, estoy flirteando en la cola del baño de un aviĂłn con una que podrĂa ser mi hija.
—Tranquilo, no podrĂa ser tu hija.
Se riĂł otra vez. Volvimos a nuestros asientos.
—Por cierto, me llamo Sofi.
—Yo Gonzalo, encantado.
Me reĂ yo.
—¿QuĂ© pasa?
—Es el nombre Gonzalo, que me persigue, una larga historia que dejarĂ© para otro vuelo. En otro momento hubiese dicho que es una señal, pero hoy dirĂ© que debe ser un nombre muy comĂșn.
Nos quedaba un asiento vacĂo en medio. Claro, ese era el asiento en el que debĂa viajar Teo, que irĂłnico. AprovechĂ© que Gonzalo era muy grande y no entraba, acostĂĄndome yo en mi asiento y el del medio. DormĂ hasta que me despertĂł tocĂĄndome el brazo. Me di cuenta de que lo estaba empujando con mis pies.
Ya estaba el desayuno. Los dos pedimos vino. La azafata nos dijo que ahora solo podĂamos pedir zumo, cafĂ© o tĂ©. Y seguramente pensĂł que tenĂamos algĂșn problema de alcoholismo. Y seguramente estaba en lo cierto.
Nos bajamos del aviĂłn, hicimos el control de pasaporte juntos y en la cinta del equipaje nos despedimos.
- Sofi, volvĂ del viaje un poquito mĂĄs feliz. Gracias.
Y desapareciĂł. QuerĂa correr tras mi nuevo amigo para pasarle mi telĂ©fono o algo. Pero me di cuenta de que debĂa ser asĂ. HabĂamos sido personas amarillas el uno para el otro. HacĂa tiempo que no me encontraba un amarillo.
Encendà el móvil. Le mandé un mensaje a Teo. Y otro con visible mal humor a mi familia, que estaban llegando tarde a buscarme. Vuelta a la normalidad. Necesitamos mås amarillos, mås vino y mås risas sinceras.