En septiembre estuve por Tailandia con Teo y fue toda una aventura. No solo porque el viaje en sĂ ya es exĂłtico y con un contraste cultural bestia, sino tambiĂ©n porque ambos somos un imĂĄn para las historias extrañas y meternos en lĂos. El viaje fue tambiĂ©n una aventura para nosotros como pareja. HabĂamos comprado los billetes con seguro de cancelaciĂłn en previsiĂłn de que no llegarĂamos juntos a la fecha, pero como somos cabezotas no los cancelamos y fuimos igual. Os adelanto el desenlace: ya no somos ni compañeros de viaje ni compañeros de vida. Pero ese viaje tuvo algunas cosas divertidas y en un intento por no limitarme a recordar solo las cosas malas de esa relaciĂłn, aquĂ os dejo mi post de hoy.
Era mi segunda vez en Bangkok y querĂa volver a visitar los sitios que me habĂan encantado de la vez anterior, para que Teo pudiera tambiĂ©n conocerlos y aprovechar tambiĂ©n para visitar lo que me habĂa quedado pendiente. AsĂ que fuimos al Palacio Real que es una maravilla, a varios templos, china town y su mercado-locura, al mercado de las flores, comimos pad thai a todas horas y nos dimos un masaje diario (¿cĂłmo no hacerlo con lo baratos que son?).
Ăbamos por la calle y unos cuantos tailandeses nos abordaban para que comiĂ©ramos grillos y gusanos —y para reĂrse de nosotros, los turistas, porque ellos no los comen—, venderte unas ranas de madera que hacen un ruido muy molesto, para que aspires helio y gas de la risa —que nunca entendĂ si era lo mismo, ni tampoco porque tantos dieciocho-añeros tenĂan globos en la boca como si fuera cool (me hago mayor, evidentemente)— y tambiĂ©n para ofrecerte su plato estrella: el ping-pong show. Y ahĂ fue donde picamos.
TenĂamos esa maldita y morbosa curiosidad por verlo, mezclada con mi inevitable —y fugaz— pudor. Nunca habĂa entrado a un puticlub ni similar, tampoco conocĂa ninguna mujer que lo hubiese hecho. HabĂa oĂdo hablar de estos sitios a un amigo y, por lo que Ă©l contaba, era mĂĄs bien una atracciĂłn turĂstica algo bizarre (no encuentro otra palabra para definirlo, lo mĂĄs parecido serĂa algo "WTF").
Alguna mente ingenua y no tan aventurera se estarĂĄ preguntando a estas alturas quĂ© es un Ping-pong show y que tendrĂĄ que ver con un puticlĂș y el pudor. Tranqui, te lo cuento en detalle.
Nos acercamos caminando —y sudando lo que no estĂĄ escrito, ¡quĂ© calor del infierno hace en esa ciudad!— a la zona de Patpong donde se encuentra un famoso mercado nocturno de venta de imitaciones. A mĂ me parece muy vulgar enseñar la marca de la ropa o el bolso que llevas puesto, por lo que no vi razĂłn alguna para detenerme a mirar imitaciones aĂșn mĂĄs vulgares. AĂșn asĂ, en estos sitios tan concurridos se respira caos y, como yo soy caos, estaba en mi salsa.
![]() |
Encontré mi calzado, casi casi me lo compro... |
DespuĂ©s de explorar la zona y rechazar a varios ofrecedores de shows, nos decidimos a entrar a uno. El rrpp de este sitio nos enseñó la "carta" mĂĄs rara que habĂamos visto en nuestras vidas, con un montĂłn de "servicios/shows". Nos insistiĂł en que era baratĂsimo, que nos costarĂa unos 100 bahts (menos de 3€) por persona e incluĂa una cerveza. La cerveza en estos paĂses es mĂĄs cara que un plato de comida, por lo que nos pareciĂł que la entrada era una ganga. Subimos unas escaleras y entramos.
Nos recibiĂł una señora que nos acomodĂł en una mesita en primera fila mientras nos preguntaba que querĂamos beber y otra chica corrĂa a por nuestras cervezas. El sitio estaba vaciĂł, a excepciĂłn de otra mesa de tailandeses. QuizĂĄs era porque era lunes o quizĂĄs porque habĂamos entrado al local menos popular, quien sabe. Cuando nos trajeron las cervezas (que limpiĂ© enseguida con un kleenex), se acercaron cuatro chicas en lencerĂa a brindar con nosotros. Mira que majas todas. Levantamos las copas, chin chin y nosotros dos bebimos un trago pero ellas ni probarlas, las apoyaron y se fueron a sus labores.
Debo decir que tenĂa una idea muy equivocada de lo que nos encontrarĂamos. No se parecĂa en nada a los clubs de striptĂs de las pelis americanas en los que chicas preciosas bailan en la barra y los babosos les ponen billetes en el tanga. Las tailandesas llevaban braguitas del mercadillo y no me resultaron sexys en absoluto. Pero tambiĂ©n disiparon mi idea de "pena": yo pensaba que estas mujeres sufrĂan explotaciĂłn sexual o eran parte de una trata horrible de personas y sentĂa cierta culpa por contribuir a ello con mis 100 bahts. No puedo decir que no fuera asĂ, pero las vi reĂr entre ellas, despreocupadas y la mar de normales.
El show empezaba. HabĂa una botella apoyada en el escenario. SaliĂł la primera chica a escena y me quedĂ© sin palabras cuando vi que sujetaba un pinza con su coño y que con ella iba cogiendo unos aros que embocaba luego en el cuello de la botella. Como esos juguetes de niños, pero de infantil no tenĂa nada.
Dos tragos largos de cerveza y subiĂł al escenario la siguiente.
Hizo algo que pretendĂa ser un baile sensual y se sacĂł de lo que parecĂa un hilito de tampax, una flor. Estupor. No me dio a tiempo a reaccionar cuando me di cuenta de que la señorita me llamaba con la mano para que me acercara. Fui hasta el escenario presa de una risa histĂ©rica nerviosa y ella me dio la flor que colgaba del hilito. Me hizo señas para que tirara. TirĂ©. SaliĂł otra flor. SeguĂ tirando, seguĂan saliendo flores. Esta mujer tenĂa toda una serie de collares hawaianos metidos en el coño. Literalmente. Y yo venga a quitar metros de allĂ. Hasta que me di cuenta de que estaba tocando algo que habĂa estado segundos antes en su cavidad vaginal, casi muero del horror y me retirĂ© a mi mesa entre un visible ataque de nervios.
Ahora necesitaba tres tragos de la cerveza.
Vino la señora encargada a ver que estuviĂ©ramos a gustito, preguntar si querĂamos tomar algo mĂĄs y a entregarnos las palas de ping-pong. Por fin, que a eso hemos venido. SubiĂł la tercera chica a la tarima llevando una canasta llena de pelotitas de ping pong. Y pim-pam. Se puso en una postura parecida a cuando empiezas a hacer el arco en yoga. ColocĂł la primera pelotita y disparĂł. Teo y yo saltamos del asiento en un afĂĄn por esquivar el proyectil. La idea era que intentĂĄramos devolverla al escenario con la palas.
Mi cabeza tenĂa una ametralladora de pensamientos discordantes en ese momento. Por un lado, estaba alucinada con la de ejercicios de fortalecimiento del suelo pĂ©lvico que tenĂan que hacer estas chicas para conseguir ese dominio de la musculatura vaginal. En serio, es algo digno de admirar, aunque tambiĂ©n hubiese admirado sus proezas sin necesidad de verlas tan de cerca. Me rĂo yo de las bolas chinas, jajajja. Por otro lado, mientras la mujer no paraba de lanzar pelotas por el coño, yo lanzaba pensamientos desesperados. «Sofi, querida, intenta esquivarlas». «Mierda, no lo consigo». «Madre del amor hermoso, me ha dado en el hombro». «Por favor, por favor, que no me de en la cara». «¿CĂłmo huyo de este sitio sin ofender a nadie?», «¿Por quĂ© carajo habremos venido?». «¿Teo no era bueno en el ping-pong, la concha de la lora?»
Cuando por fin vimos vacĂo el canasto de las pelotitas, respiramos aliviados.
Siguiente. SubiĂł otra chica con un paquete de Marlboro y un mechero. Esta vez era el turno de Teo. Le hizo acercarse y le entregĂł el encendedor. Se puso dos cigarros ahĂ. SĂ, ahĂ en el chirri. Teo, que es un cuestionable caballero, se los encendiĂł. Y esta mujer se los fumĂł. Se los fumĂł por el coño. Enteros, los dos cigarros. Esto ya era el colmo, ya nada me parecĂa divertido. Aunque la chica se riera de nuestras caras, yo solo podĂa pensar que debĂa tener el coño achurruscado como los pulmones de fumadores empedernidos y que no debĂa tener ni un atisbo de fertilidad.
Nos levantamos para irnos y todo el sĂ©quito de artistas nos escoltaron hasta la caja. Teo sacĂł 250 bahts para pagarles nuestra entrada y algo de propina por tal despliegue de medios. La señora encargada sacĂł una calculadora y marcĂł: 2500. Nos miramos y pensamos que se la habĂa colado un cero. Pero no. Intentaban explicarnos que debĂamos pagar las copas de cada una de las chicas que habĂa brindado con nosotros, los cuatro shows (y menos mal que no vimos todos los de la carta) y nuestras cervezas. Nos negamos, ese no era el trato. Pusieron cara de pocos amigos e hicieron una barrera humana junto con el segurata de la puerta que se acercĂł a poner orden.
Nos acojonamos. Pagamos. Salimos corriendo. CorrĂan detrĂĄs exigiendo propina. La broma nos costĂł 70 eurazos y no tenĂamos mĂĄs dinero para volver al hotel. Tuvimos que caminar durante una hora con el calor del infierno y con la vergĂŒenza de haber caĂdo en el timo. Pasado el susto estallamos en carcajadas y llegamos a la conclusiĂłn de que habĂamos vivido una gran experiencia.
![]() |
Amo Bangkok, ¡volverĂ©! |