No soy de usar muchos accesorios, pero cuando hay uno que me
enamora, lo uso durante años. Literalmente. Tengo una pulsera de plata, que me regalĂł mi tĂa a los 10 años. Es mi pulsera-tattoo
porque es tan pequeñita que llegĂł un buen dĂa en que ya no pude quitĂĄrmela mĂĄs.
En su momento, dije que me la cortarĂa cuando me casara, porque tiene un par de
rayadas y no iba a combinar con el vestido blanco tan caro e impoluto. Pero
cuando me casé, pensé que esa era mi pulsera y que en ese acto de entrega,
querĂa seguir teniendo algo “mĂo”. Tengo esa pulsera hace 24 años y me da
problemas en cada aeropuerto y en cada radiografĂa. Ahora tengo una cicatriz
bastante fea en la cadera porque me negué a que la cortara un cirujano y me
hizo la chapuza con el bisturà manual en lugar del eléctrico.
También tengo hace unos 8 años una Pandora que no me quito
nunca. Me la regalĂł mi ex marido y me la han rellenado varias personas. Tengo
un pescadito con el ojo de topacio azul, que es mi preferido y me lo regalĂł
Miguel, fue de los regalos mĂĄs bonitos de mi vida. TambiĂ©n tengo tres “charms”
que me regalaron antiguos amigos que ya no estĂĄn. Bueno, estĂĄn vivos, pero ha
muerto la amistad. Pero los conservo con cariño, porque en su dĂa fueron muy
importantes para mĂ. Tengo otro que me regalaron unos compis de trabajo
maravillosos. Hay tambiĂ©n un perrito que me regalĂł una ex suegra que me hacĂa
comer lentejas, pero lo hacĂa porque me querĂa mucho (y yo a ella). Y una
maletita que me regalĂł un primo viajero, llevo en esa maleta a mi familia
siempre.
